Friday, October 27, 2006

Don Heriberto Avalos Dunstan

Esto es algo muy personal que quiero compartir, espero que comprendan. (Salió de repente, buscando mi tarea, simplemente me nacio escribir de nuevo.)

Mi abuelo, mi padre.

Me desperté como siempre para ir a trabajar. Mi día pasó sin grandes novedades, ir a la escuela, cumplir con las obligaciones y regresar a casa. Estaba absorta en mis propios pensamientos cuando mi abuela recibió una llamada. Era una de sus hijas que hablaba para saludarla, entre los ecos de mi casa alcancé a escuchar cuando le decía a mi tía, que ese día en particular, cumpliría 57 años de casada con mi abuelo.

No me había dado cuenta de la fecha, y tantos años escuchando la misma historia: “que las lunas de octubre son las más hermosas, y que ese 26 del año 1949 fue el mas bello de todos.” Años de escuchar como habían preparado la boda; todas las carencias de los primeros años, los problemas al irse estableciendo como pareja, y de lo mucho que se felicitaban por haber emigrado a estas tierras fronterizas.

Pero más que nada, me recordó el día en que mi abuelo murió. Creo que me tomó más tiempo reconocer, lo que me había provocado su ausencia, que asimilar tantas otras cosas menos importantes que me han sucedido en la vida. Y me pregunté porque nunca escribí sobre ello. Por una parte, estaba el inmenso dolor que produjo su partida, y, por otra, que en ese momento de mi vida estaba luchando por llegar a ser lo que soy ahora, y no me había percatado de lo que podría lograr.

No obstante, a pesar del trago tan amargo, utilicé lo que me dejo de herencia para mi propio beneficio: su inmensa sabiduría y la confianza que me tenía. Cosas de las que no me di cuenta mientras el vivía. Sin embargo, aprovechó sus últimos meses de vida para allegarse a mí, en una forma que no alcance a percibir. En cambio, sentí ese acercamiento como una invasión a mi espacio. Sinceramente no supe como manejarlo; fueron tantos años de pasar desapercibida ante sus ojos, que en esos momentos me extrañó su cambio tan repentino.

En consecuencia, nuestras pláticas se transformaron en conversaciones, mientras me llevaba en el auto a todos lados, para que su niña no tuviera que andar peligrando en los transportes públicos.

Asimismo, llego a interesarse por todo lo que hacia, mi trabajo, la escuela, mis aficiones, hasta llego a decirme cosas tan bellas que no lo sentía real, creía que estaba soñando y que él era simplemente, una ilusión de lo que siempre espere de un padre. Sin embargo, no lo era. Estaba viviendo una realidad que poco a poco fui aceptando. Desafortunadamente no duro mucho.

Una fría madrugada de diciembre de 1996, escuche sus lamentos entre sueños. Temerosa de levantarme y percatarme de lo que pasaba, mis piernas me fallaron a mitad de la escalera y no pude bajar. Mi madre corrió al lado de mi abuela para auxiliarla. Los tres se trasladaron al hospital, en donde nos comunicaron que debían operar.

Las horas se volvían interminables mientras esperábamos una respuesta. Encima de todo, mi abuela parecía perder el valor y la esperanza. No necesito relatar fielmente todo lo que ocurrió. Simplemente puedo decir que todos los esfuerzos no dieron resultado; ni el pasar la navidad en la cama de un hospital, y brindar en año nuevo deseando que se recuperara.

Cuando creímos que todo marcharía bien, algo sucedió. Yo estaba sola con él cuando todo pasó. Recuerdo su rostro sonriéndome, diciéndome que me fuera a casa, que iba a estar bien. Un segundo después, me avisaron de un grave problema, por lo tanto debía notificar a mi familia. No se cuanto tiempo transcurrió entre la llegada de mi madre y el diagnóstico del doctor... ya no había nada que hacer, solo esperar que sucediera lo que todos temíamos. Sin embargo, su corazón espero a que todos sus hijos se despidieran de él y dejo de latir, un día 2 de enero de 1997.

Lo que restó fue el amargo trámite que ya conocemos, y el dolor que dejan los que se van. Asimismo, el acostumbrarse a la ausencia y aprender a sobrellevar la soledad y luchar con los fantasmas de un espacio vacío. A casi 10 años de su partida, sigo luchando por lograr ser esa persona en la que él, tantas esperanzas depositó.

Me gustaría que estuviera aquí, para contarle las anécdotas de mis viajes, de mi vida, de todo lo que me ha pasado. Siento que en estos días podría ser mejor conversadora de lo que era antes, siento que ahora podría entenderlo mejor.

Sin embargo, no podré saberlo hasta que me encuentre con él, en otra vida y en otro lugar.