Tuesday, March 21, 2006

Vacaciones en Guaymas

Nos fuimos en el megapuente a nuestro pueblo natal, al pasar por la casa de la abuela, mi primo Galo y yo nos encontramos con una triste sorpresa... esto salió ese día.

La Casa de los Recuerdos

En el inicio de la primavera, nos dimos la oportunidad de regresar a nuestro pueblo natal. Mi familia y yo, por primera vez en mayoría, logramos trasladarnos a ese puerto rodeado del árido desierto sonorense... donde el tiempo parece pasar lentamente, las calles que recorrí de niña aún parecen guardar mis huellas. Las aceras diminutas, con los mismos huecos, la misma gente en las mecedoras observando pasar la vida, comentando las mismas anécdotas y los vestigios de recuerdos donde se pierde la inocencia y comienza la conciencia.

Con mucha incertidumbre logré pasar por la casa de mi bisabuela. Una casa que fue parte fundamental en la vida de todos los que la conocimos. Aún esperaba ver las verdes paredes que daban la bienvenida. Las poltronas en la entrada, custodiando la puerta de Fierro, los cuartos contiguos aparecían en mi mente, y hasta el olor de la madera vieja alcanzaba a percibir.

Aún puedo ver con claridad el patio trasero, donde infinidad de veces jugué con mis primos y se celebraron las bodas de todos los conocidos. Puedo distinguir el altar a la Virgen de Guadalupe, con sus eternas flores y su plato de limosnas que la gente devota le entregaba. Parece tangible la mesa de mi abuelo, con sus aparatos para dar masaje, las lámparas y la infinidad de plantas que rodeaban la casa... todo tan vivo que parecía prácticamente una fotografía mental.

De repente llegamos al lugar... la casa ya no estaba en pie. Solo me encontré con ruinas de lo que fue ese santuario de recuerdos, el altar de la Virgen estaba a medias, las piezas de losa rosa se alcanzaban a diferenciar a lo lejos, ni siquiera habían terminado de destruir la barda de adobe y la loseta del baño aún se encontraba ahí.

Las lágrimas estaban a punto de escapar de mis ojos, y una ola de sentimientos agitaron mi cuerpo... me hubiera gustado despedirme de esa casa, misma que se llevó en sus ruinas una parte de mi vida. Ya no quedaba nada, ni la jaula de los pájaros, los muebles de plástico, las camas, los roperos de más de cien años de antigüedad, los ecos de las risas, el rumor de los llantos, el sonido de la música y los trozos de los juegos; todo quedaba en mi mente, en fotografías y videos, y una que otra cosa heredada en vida para los hijos de mis abuelos, que quien sabe si han sido conservadas con el mismo fervor con lo que lo hicieron sus padres.

El terreno en ruinas se miraba tan pequeño. La inmensidad de ese espacio mágico que nos servía de campo de batalla parecía un simple cuadrado de tierra y escombros. Los árboles seguía en pie y parecían reclamar el no subirnos a ellos en esta ocasión. Los frutos aún colgaban de ellos, abundantes y maduros, cosa que no permitíamos en nuestra niñez, pues nos parecían insuficientes para saciar nuestra hambre de vida templada, en esa morada que existía justo en el espíritu de Guaymas.

Como me hubiera gustado despedirme de esa casa, donde aprendí que al crecer se gana vergüenza y se pierde ingenuidad, que la familia siempre será nuestra pase lo que pase, que la vida sigue y el tiempo no perdona... ni siquiera a las casas con el corazón tan grande.